Mis viajes más bellos, los más dulces, los he hecho al calor del hogar, con los pies en la ceniza caliente y los codos reposando en los brazos desgastados del sillón de mi abuela. ¿Por qué viajar si no se está obligado a ello? Es que no se trata tanto de viajar como de partir, ¿quién de nosotros no tiene algún dolor que distraer o algún yugo que sacudir?
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